El Evangelio Eterno

Jesucristo es el evangelio de Dios. Él conquistó la muerte y todo mal con su gran amor demostrado en la cruz. Todo el que cree en él para salvación recibe gratuitamente los logros de su gran victoria sobre el pecado y la muerte. Pasamos eternamente de muerte a vida. ¡Alabado y glorificado sea el nombre del Señor Jesús!

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viernes, septiembre 15, 2006

Epístola a los Hebreos: "El Cántico del Novio", v. 3

ος ων απαυγασμα της δοξης και χαρακτηρ της υποστασεως αυτου φερων τε τα παντα τω ρηματι της δυναμεως αυτου δι εαυτου καθαρισμον ποιησαμενος των αμαρτιων ημων εκαθισεν εν δεξια της μεγαλωσυνης εν υψηλοις

Él es la gloria esplendorosa y la precisa representación de su ser, quien sostiene todo lo que es por la palabra de su poder; después que en sí mismo purificara nuestros pecados él se sentó a la diestra de la majestad en las excelsas alturas.

Jesús es la gloria de Dios. Toda la gloria, majestad, el esplendor que jamás podamos entender que tiene Dios, se debe a la misma persona de Jesús. Jesús es aquel mismo esplendor que le da a Dios su naturaleza gloriosa adscrita a su ser divino. Sin Jesús, la Deidad no tendría gloria alguna. Jesús es la gloria inherente a la majestad y eternidad de Dios.

El autor no escatima palabras para describir la naturaleza divina de Jesús. Jesús es de la misma esencia, de la misma sustancia divina de Dios. Por lo tanto es la exacta y fiel representación de Dios. Por lo tanto, del poder inherente de Jesús surge su palabra con la cual sostiene todo lo que existe. Todo lo que es tiempo y espacio con sus infinitas galaxias, soles y mundos se sostiene a lo largo de la eternidad por su palabra que brota de su poder divino.

El poder no está en su palabra. Su palabra es poderosa porque Jesús es la gloria de Dios y el poder de Dios. Su palabra surge de su gloria infinita y majestuosa.

En ese ser de infinita majestad, gloria y poder, se purificaron todos los pecados de la humanidad. Pero esa purificación no se purgó en su cuerpo glorificado sino en su cuerpo humano. En su cuerpo molido por nuestro dolor y vergüenza se purificaron todos los pecados de la humanidad. La gloria infinita se prestó para resolver el problema de la vergüenza humana. Jesús en su propio cuerpo tomó toda la culpa, la rebelión, el orgullo, la envidia, la avaricia, y la tendencia homicida de la humanidad. Misteriosamente integró y asumió todo mal y maldad en su propio cuerpo de amor. Su amor purificó todo el pecado humano en su propio cuerpo. Esta es una gran nueva para todo pecador. Nuestros pecados fueron purgados, purificados, perdonados, absueltos, tachados, erradicados en un cuerpo ajeno, y antes que nosotros aun existiéramos. Fuimos perdonados en su cuerpo. Todo se purificó en su cuerpo, y no en el nuestro. En nuestro propio cuerpo sufrimos el pecado y sus consecuencias. Pero en el cuerpo de Jesús de Nazareth fuimos perdonados porque ¡en su cuerpo fueron purificados nuestros pecados una vez y para siempre! ¡Alabado y glorificado sea el nombre del Señor!

La radical certeza de que nuestros pecados fueron purificados en su cuerpo se repite de otra manera en Hebreos 3 y 4. Allí el autor acude al tema del reposo de la fe en Cristo para resaltar la obra acabada de Cristo a nuestro favor.

Debido a su obra de presentar su cuerpo para la plena purificación de los pecados de la humanidad, y la consumación de esa obra a nuestro favor, se sentó a la diestra de la majestad de Dios en las excelsas alturas del cielo. La gloria de Dios fue revestida con la obra de Cristo al consumar el perdón de nuestros pecados por su sangre en la cruz. Nuestros pecados fueron purificados con su sangre y en su cuerpo. Su gran obra de dar su vida en sacrificio por nosotros reviste la gloria de Dios y le concede a Jesús el derecho de sentarse a la diestra de la majestad en las alturas celestiales.