El Evangelio Eterno

Jesucristo es el evangelio de Dios. Él conquistó la muerte y todo mal con su gran amor demostrado en la cruz. Todo el que cree en él para salvación recibe gratuitamente los logros de su gran victoria sobre el pecado y la muerte. Pasamos eternamente de muerte a vida. ¡Alabado y glorificado sea el nombre del Señor Jesús!

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domingo, septiembre 30, 2007

¿Cuál es el verdadero Cristo de la iglesia cristiana?

¿CUÁL ES EL VERDADERO CRISTO DE LA

IGLESIA CRISTIANA?

- SOLO CRISTUS DEO CRUCIS -

Por lo general esta pregunta ha tenido otra forma: ¿Cuáles son las características de la verdadera iglesia? Sin embargo, preguntar por las características es una pregunta equivocada, pues la verdadera iglesia cristiana no se define a partir de sus características, sino de su Cristo. Si su Cristo es el verdadero Cristo, será la iglesia verdadera. Si su Cristo es un pseudo-Cristo, será una pseudo-iglesia. A final de cuentas, la pregunta ¿cuál es la verdadera iglesia?, tiene una respuesta categóricamente cristológica.

Cristo pregunta “¿quién decís que soy?

Y viniendo Jesús á las partes de Cesarea de Filipo, preguntó á sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas. El les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y á ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó á sus discípulos que á nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.

Desde aquel tiempo comenzó Jesús á declarar á sus discípulos que le convenía ir á Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Y Pedro, tomándolo aparte, comenzó á reprenderle, diciendo: Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera esto te acontezca. Entonces él, volviéndose, dijo á Pedro: Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres. (Mateo 16:13-23).

Cuando Cristo estableció su iglesia, lo hizo dirigiendo la pregunta cristológica a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” La respuesta de los discípulos denunció una confusión entre la gente que le seguía tocante a la identidad de su persona. “Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas” (Mateo 16:13, 14). Hoy diríamos que tenían una cristología confusa y equivocada. Confusa porque confundían su identidad con la de otros personajes bíblicos, y equivocada porque la persona de Cristo es única e inconfundible.

Aunque todas las respuestas lo identificaban con uno de los personajes bíblicos, Cristo no aceptó ninguna de esas identidades, e insistió que le dieran una respuesta acertada. Aún cuando parecía que Pedro finalmente había acertado con la respuesta, Pedro tampoco acertó a cabalidad, y Jesús tuvo que corregirlo fuertemente.

Todas las respuestas dadas por los discípulos se repiten hoy en forma de las diferentes iglesias cristianas y en la variedad de sus mensajes. En otras palabras, la iglesia cristiana todavía se debate en cuanto a su cristología. Algunos siguen pensando que Cristo es la re-encarnación de los mensajes de Juan el Bautista, de Elías, otros de Jeremías, o de alguno de los profetas.

El Cristo identificado con Juan el Bautista

Este es el Cristo que al igual que Juan el Bautista denuncia públicamente el pecado ajeno intentando provocar el arrepentimiento del pecador. A pesar que se bautizan en el nombre de Jesús, los que son bautizados por causa del mensaje del arrepentimiento son realmente bautizados en el bautismo de Juan. Este bautismo declara su cambio de vida para comenzar una nueva que dará “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). El bautismo los limpia por los pecados pasados, y su decisión de bautizarse los impulsa a pactar con Dios a vivir de allí en adelante una nueva vida recta y abnegada, para siempre jamás libre de todo pecado.

De cuando en cuando este Cristo se anuncia como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, al igual que Juan anunció al Cristo. Sin embargo, el mensaje de Cristo como el Cordero de Dios queda enturbiado y asordado con el mensaje de la abnegación y sacrificio, y los muchos frutos que todavía se deben cosechar del árbol del arrepentimiento.

Este Cristo también al igual que Juan el Bautista anuncia la preparación para la venida del Señor. Este Cristo predica que “Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados, y verá toda carne la salvación de Dios” (Lucas 3:5,6). Este Cristo anuncia su segunda venida así como Juan el Bautista anunciaba su primera venida. El evangelio de este Cristo es su segunda venida. La salvación que este Cristo ofrece es mediante su pronto retorno en todo poder y gloria. Por lo tanto, la salvación que este Cristo ofrece está por venir, no es una salvación que se haya consumado. Este Cristo llama a que los pecadores tengan la mirada puesta en las señales que anuncian el fin del mundo y su venida para salvación de los pecadores que se arrepientan. Este Cristo no exclama de su misión redentora “Consumado es” sino “Pronto todas las cosas quedarán consumadas”.[1]

Pero Cristo, ante sus discípulos, no se identificó con Juan el Bautista ni su mensaje. Cuando los discípulos le dijeron que algunos lo confundían con Juan el Bautista, Cristo no respondió que en parte tenían razón, que ese mensaje era parte de su mensaje, pero no todo su mensaje. Cuando los discípulos le dijeron que la gente decía que él era Juan el Bautista, Cristo desconoció el mensaje de Juan el Bautista como el suyo.[2] Las Escrituras dicen parcamente, “Juan no era la luz” (Juan 1:8).[3] De Jesús, el Verbo de Dios, las Escrituras dicen, “Aquel era la luz verdadera, que alumbra á todo hombre que viene á este mundo” (Juan 1:9). Por más que Juan el Bautista “diera testimonio de la luz” (Juan 1:7), él no era la luz verdadera. El reflector, por más perfectamente que refleje la luz, no es la luz verdadera. Cristo no se confundió con su reflector.

El Cristo identificado con el profeta Elías

Este Cristo también se encuentra en las iglesias cristianas. Es el Cristo de los milagros. Es el Cristo que hace caer fuego del cielo, que resucita muertos, que castiga el pecado con señas y milagros. Es el Cristo de la oración, y la oración puede mucho, hasta detener la lluvia o que llueva a torrentes después de la sequía. Es el Cristo que todo lo resuelve en algunas iglesias cristianas con vigilias, oraciones, ayunos, lenguas, testimonios, profecías de asuntos ocultos y secretos, privados y públicos, sanidades espectaculares, muletas y sillas de ruedas desechadas, pañuelos benditos, aguas benditas, sábanas benditas, altares, amuletos, y muchas otras más señales acompañan al Cristo confundido con Elías.

Pero Cristo no se dio a conocer como el Cristo según el profeta Elías. En otra ocasión cuando le preguntaron a Jesús si él era Elías, Jesús respondió someramente: “No soy” (Juan 1:21).

El Cristo identificado con el profeta Jeremías

Así como confundieron a Cristo con el profeta Jeremías en el tiempo de Jesús, de igual manera este Cristo se hace presente en algunas iglesias cristianas.

Este es el Cristo que llora por los pecados del pueblo de Dios. Este Cristo profetiza que horribles y terribles cosas están por venir al pueblo de Dios y a todo pecador en paga por sus pecados y desobediencia.

Este Cristo llora por la triste condición de la juventud: inmoralidad, delincuencia, uso de drogas, sexo fuera del matrimonio. Llora por los pecados de los matrimonios, el adulterio, la fornicación y muchas otras perversiones. Este Cristo se escucha predicando en las iglesias de todas las faltas habidas y por haber del pueblo de Dios. Nadie queda por fuera: los niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, la moda, la bebida, los vicios, la sociedad, las industrias injustas. Este Cristo se lamenta por el calentamiento mundial, y culpa a gobernantes, empresarios, incrédulos y creyentes por igual. El mundo sólo se puede poner peor según este Cristo. Los que se salvan son aquellos que unen su lamento al suyo, denunciando, acusando y vaticinando las más horrendas calamidades al pueblo de Dios, y a todos en general por sus pecados.

Pero Cristo en ningún momento se identificó con el profeta Jeremías.

El Cristo identificado con “alguno de los profetas”

El Cristo identificado con el profeta Moisés

Cuando Jesús abasteció a una gran multitud multiplicando los panes y los peces, la gente lo confundió con Moisés.

La gente entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decía: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo. Por lo que Jesús, dándose cuenta de que iban a venir y llevárselo por la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez al monte El solo (Juan 6:14-15).

Se entendía entre los israelitas del tiempo de Jesús que “el Profeta” designaba a Moisés, en cumplimiento de su misma profecía.

Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el SEÑOR tu Dios; a él oiréis (Deuteronomio 18:15).

Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande (Deuteronomio 18:18).

Confundir a Cristo con Moisés era una propuesta sumamente atractiva para los israelitas. Cristo como “el Profeta” parecía ser un Moisés mucho más llevadero que el caudillo de antaño. Jesús de Nazareth interpretaba la ley de una manera mucho más benigna y justa que las interpretaciones tradicionales de los escribas y los fariseos. De hecho, Jesús hasta quebrantaba el sábado sanando a los enfermos y permitiendo faenas diarias como llevar una cama y cosechar comida del campo. Las interpretaciones de la ley que daba Jesús no surgían para favorecer a los líderes religiosos de su tiempo, ni tampoco para las ganancias financieras del templo. Su interpretación de la ley iba más allá de las acciones a los pensamientos, y sin embargo perdonaba hasta los ciegos, sordos, cojos, paralíticos, publicanos, y prostitutas, todas personas que habían sido condenadas por los religiosos de su día.

Debido a que el pueblo sufría bajo el yugo romano y deseaba liberación política y social, confundía a Jesús con “el Profeta” predicho por Moisés que sería levantado para liberar a Israel de la opresión de Egipto.

Veían a Jesús como un gran caudillo, un gran líder, de inmenso poder. A partir de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, podían ver que él al igual que Moisés, podía alimentarlos y suplir sus necesidades básicas, como lo había hecho Moisés con el maná que caía del cielo.

Sin embargo, Cristo rehusó a que se le confundiera con el caudillo Moisés. Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, le dio la espalda a la oportunidad de presentarse como el Cristo según Moisés.

Aquellos hombres entonces, como vieron la señal que Jesús había hecho, decían: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Y sabiendo Jesús que habían de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió a retirarse al monte, él solo (Juan 6:11-15).

Por otra parte, los líderes judíos no participaban de esa confusión. Ellos lo tenían muy claro que Jesús no era ningún Moisés. De hecho, ellos acusaban a Cristo de oponerse a Moisés. Los escribas y los fariseos se consideraban discípulos de Moisés. En la conversación con el ciego de nacimiento que sanó Jesús, los líderes judíos aclararon que no había confusión alguna en sus mentes entre Moisés y Jesús.

... nosotros discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que á Moisés habló Dios: mas éste no sabemos de dónde es (Juan 9:28-29).

Ellos veían a Jesús como una amenaza al sistema judío que ellos controlaban y manipulaban. Lo controlaban mediante un sofisticado moralismo fundamentado en la ley de Moisés. Ellos se creían los guardianes de la ley. Para toda situación tenían un pronunciamiento moral, ético, y fundamentado sobre los Diez Mandamientos. Ellos criticaban a Jesús, porque Jesús no hablaba ni se comportaba de una manera acorde con sus prácticas discriminatorias que rechazaban al pecado y pecador por igual. Sostenían la observancia del sábado como la señal del pueblo de Israel, y rigurosamente denunciaban al que quebrantaba el sábado. Ellos de ninguna manera identificaban a Jesús de Nazareth con Moisés, y mucho menos como el Mesías. Veían a Jesús como rebelde y revolucionario que presentaba una justicia mayor a la ley de Moisés que ellos tanto defendían.

Sin embargo, hoy las cosas han cambiado. Dentro de la iglesia cristiana también existe un Cristo identificado con Moisés el Moralista.

Este es el Cristo de la iglesia cristiana que se distingue por sus grandes enunciados moralistas. Estas iglesias – sin distinción de nombres – se conocen por su pronunciamientos éticos que proponen alcanzar toda acción humana privada y social. De tal modo que en algunos países se conoce el cristianismo hoy solamente por sus grandes posiciones morales que objetan y protestan ante todo: desde la investigación del uso de las células madres hasta la categórica condena del homosexual; desde la imigración indocumentada hasta el aborto por todas las causas y razones; este Cristo fundamentalista apoya las guerras contra los países no cristianos, el uso de la fuerza y la violencia militar para proteger su patrimonio cristiano. Todo se hace en nombre de Cristo el Moralista, el nuevo Moisés. Estas posiciones cristológicas se apoyan siempre en los 10 Mandamientos interpretados diversamente, pero no obstante vigentes, regentes, y también controlados por una curia o pastorado manipulando los reglamentos a conveniencia del poderío del sistema.

Pero Cristo en ningún momento se identificó con el profeta Moisés, ni con Moisés el Caudillo, ni con Moisés el Moralista. Mas bien, según por la palabra inspirada de Jesús, “la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). La ley – todo el Torah[4] - no contenía esa dinámica que solo se encontraba en Jesús: “gracia y verdad”.

En otra ocasión el mismo Jesús resaltó en relieve el contraste entre él y Moisés.

“No os dio Moisés el pan del cielo... Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás... Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis... Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:32,35,36,40).

Hay que captar el impacto de las palabras de Jesús y la razón por la que ofendían a los líderes judíos. Jesús les estaba diciendo que todo lo que Moisés les dio, no era pan de vida. Nada de lo que habían recibido de Moisés saciaba el hambre, ni la sed, y mucho menos daba vida eterna. ¡La vida eterna está en ver al Hijo y no a Moisés!

Tenemos que recordar que no estamos haciendo aquí un ex-cursus de cristología. Estamos siguiendo la enseñanza cristológica sine qua non en los labios de Jesús registrada en Mateo 16:13-23.

Sin este pasaje no podíamos entender la cristología según la enseñó Jesús.

Resumiendo hasta este momento, cuando Jesús estaba por establecer su iglesia, él preguntó, “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” (Mateo 16:13). Con esta pregunta, él estaba asumiendo el título del personaje en Daniel 7:13,14. Este personaje es el Mesías que recibe el reino y su aspecto es “como un Hijo de Hombre”.

Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante El. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido (Daniel 7:13-14 LBLA).

La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos no pierde valor debido a que él uso la frase “Hijo del Hombre”. Mas bien, al usar este término en la pregunta Jesús se atribuye el título mesiánico que encontramos en Daniel 7:13, con énfasis en su naturaleza humana. Pero todas las respuestas lo confundían con otros profetas, y ninguno de esos profetas había sido el Mesías.

En Mateo 16:13-15 Jesús desconoce todas las respuestas que lo confundían con otros profetas, y dirige la pregunta directamente a los discípulos, “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”[5]

Simón Pedro había anticipado la pregunta y adelanta la respuesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16).

Lo sorprendente de la respuesta de Pedro estaba en reconocer que el Cristo sería un ser divino y no solamente humano. Los judíos pensaban que aunque el Mesías tendría poderes sobrenaturales no sería un ser divino, porque Dios era uno, y no podría haber más que el solo Dios de Israel.[6]

La respuesta de Pedro era radical porque superaba todo el pensamiento rabínico de su día. Declarar que el Cristo era el “Hijo del Dios viviente”, era declarar que Jesús de Nazareth en función de Mesías (el Cristo), era de la misma sustancia del Dios divino por razón de ser su Hijo. Esa manera de pensar se sobreponía a centenares de años de teología rabínica, de tradiciones, de creencias fundamentales de todas las principales corrientes del pensamiento de su día. Esa manera de pensar es la misma que necesitamos hoy para reconocer la misión cristológica de la iglesia.

Sin embargo, Jesús inmediatamente aclaró que la declaración de Pedro no venía de su pensamiento, de su investigación teológica, de su vida de oración, de su lectura del Torah, de los salmos o de los profetas, ni aun de su fe.

Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos (Mateo 16:17).

El Padre le reveló a Pedro que su Hijo era Jesús de Nazareth, y que era un ser divino, de la misma esencia del Dios único de Israel.

Pero el Padre no le reveló todo a Pedro. El Padre dejó la mayor y mejor revelación en el Hijo de quien el mismo Padre dijo, “TU TRONO, OH DIOS, ES POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS” (Hebreos 1:8). Jesús, el Hijo del Dios viviente daría la plena revelación de la identidad del Mesías, del Cristo Ungido para la salvación de los pecadores.

La cristología cristiana ha errado porque se ha detenido en la revelación de la naturaleza dual de Jesús como el Mesías: que Jesús era plenamente humano y plenamente divino.

En cuanto a la naturaleza de Jesús como el Cristo, la cristiandad ha recibido solamente la revelación del Padre, y no del Hijo tocante a la identidad de Jesús de Nazareth.

El cristianismo ha cometido el mismo error que cometió Pedro poco después que declaró – mediante revelación del Padre - que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente

Pedro se detuvo con la revelación de que Jesús, además de ser humano, también era plenamente divino. Cuando le llegó la plena revelación de lo que significaba la divinidad de Cristo, Pedro la rechazó, no la quiso recibir, y hasta reprendió a Jesús por darse a conocer en su plena naturaleza divina.

Pedro al principio no reconoció el pleno alcance de su declaración que Jesús era el Hijo del Dios viviente. No fue sino hasta después de la resurrección de Jesús, cuando Pedro acreditó que de veras había entendido cuál era la verdadera naturaleza de Jesús como el Cristo de Dios.[7]

Jesús reveló una verdad mayor tocante a la divinidad de su persona. Jesús de Nazareth, Hijo del Hombre, es el Cristus Deo Crucis. Jesús es Dios Crucificado para ser nuestro Cristo, nuestro Mesías, nuestro Redentor.

La verdadera cristología es sola y exclusivamente Cristus Deo Crucis. La única razón por la que la Persona de Cristo tiene dos naturalezas es precisamente en función de la misión mesiánica de Jesús de Nazareth: El Cristo crucificado como Hijo del Hombre es Dios mismo derramando su sangre para remisión de nuestros pecados. Es aquí precisamente cuando la cristología llega a su punto final como tema académico, y puede expresarse solamente en términos confesionales: Jesús de Nazareth, plenamente hombre y plenamente Dios murió en la cruz derramando su sangre para darme pleno perdón por todos mis pecados. Dios mismo por su magno amor, sufrió en una cruenta cruz para el perdón de mis pecados. El mismo Mesías tomó mi lugar en la cruz haciéndose pecado y en mi lugar sufrió la eterna separación de Dios a mi favor. Ese es el gran misterio del amor de Dios. Todo el estudio y el conocimiento cristológico está solamente y categóricamente al servicio de predicar a “Cristo y éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día... para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 16:21; 20:28).

Es muy lindo decir que “Jesús es el divino Cristo para la salvación de la humanidad”. Pero esa declaración tiene un sentido rigurosamente Deo crucis.

Jesús aclara algo que “es necesario” que se cumpla en su misión como el Cristo, el Mesías: su muerte en la cruz “para dar su vida en rescate por muchos”.

“Es necesario” que la cristología de la naturaleza humana y divina de Cristo se entienda a la luz de la cruz en la cual el Cristo murió en expiación por los pecados y el pecado de la humanidad.

CRISTUS DEO CRUCIS: LA PIEDRA ANGULAR DE LA IGLESIA DE CRISTO

Cuando Pedro declaró en respuesta a la pregunta de Jesús, “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”, Jesús respondió,

Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos (Mateo 16:18-19).

Este texto se ha polemizado a lo largo de la historia de la iglesia cristiana. La polémica ha sido en torno a la naturaleza de Pedro como líder de la iglesia.

Pero este texto no tiene que ver con la naturaleza de Pedro.

Este texto tiene que ver con la naturaleza divina del Cristo, Jesús de Nazareth, ¡Hijo del Hombre, Hijo de Dios!

Este texto se ha mal interpretado como referente a Pedro. Pero el texto tiene como referente a Jesús el Cristo, el ¡Hijo del Dios viviente!

Este pasaje es parte de la respuesta a la pregunta de Cristo, “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Las palabras de Jesús “Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”, aclaran la respuesta de Pedro “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Jesús no había preguntado a sus discípulos, “¿Quién dice la gente que es Pedro?” Las respuestas que habían dado los discípulos no tenían que ver con Pedro.

Ni tampoco Jesús había preguntado a los discípulos “¿Y ustedes, quién dicen es Pedro?”

Por lo tanto todo lo que Jesús dice tocante a Pedro es para aclarar la respuesta que diera Pedro tocante a su divinidad.

La Roca no puede ser Pedro porque Pedro está por cometer uno de los peores errores en la cristología cristiana que como veremos en breve, se repite hasta hoy. Si Pedro fuera la roca de la iglesia cristiana, la iglesia cristiana estaría construida sobre la arena. Efectivamente, muchas de las iglesias cristianas han decidido construirse sobre Pedro en vez del Cristo, el Hijo del Dios viviente. El resultado es que no tienen nada más que ofrecer que arena, y arena movediza. Pero nos estamos adelantando a nuestro tema.

La Roca es la declaración que Pedro ha hecho tocante a la naturaleza de Jesús: Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Tan fuerte y segura es esa Roca que “las puertas del Hades” – de la muerte eterna – “no prevalecerán contra la iglesia”. Pedro ni con su vida ni con su muerte hizo cosa alguna que pudiera dar tal garantía. Jesús está hablando de la fuerza de su propia Persona como el Cristo, el éxito de su misión será tal que las puertas de la muerte eterna aunque se abrirán para engañar hasta los escogidos como las puertas de la vida, no prevalecerán contra la iglesia.

Pero, ¿que significan las palabras de Cristo a Pedro, “Y á ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”?

En el incidente que sigue Cristo aclara el significado de la declaración de Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Igualmente aclara el significado de las palabras a Pedro que se le darían las llaves del reino de los cielos y que lo que fuere ligado o atado en la tierra sería atado en los cielos, y lo desligado en la tierra quedaría desligado en los cielos.

Desde aquel tiempo comenzó Jesús á declarar á sus discípulos que le era necesario ir á Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Y Pedro, tomándolo aparte, comenzó á reprenderle, diciendo: Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera esto te acontezca. Entonces él, volviéndose, dijo á Pedro: Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres. (Mateo 16:13-23).

Las claves para entender la misión cristológica de Jesús, y las palabras dichas a Pedro referentes a las llaves del reino y de atar y desatar, están en este incidente.

La primera clave está en la pequeña palabra griega “dei” que en español se traduce “es necesario”. En las lenguas modernas (inglés, español, francés, italiano) existe un adjetivo muy práctico para expresar lo imprescindible: “necesario”.

Pero no es así en el griego. Para decir que uno está comprometido a cierta obra, o que le es imprescindible hacer algo, o estar en algún lugar, sencillamente se usa un derivado del verbo “atar” o “ligar”. Uno está atado a realizar cierta misión, o está ligado a cumplir con cierto compromiso. El sentido de obligación sin escapatoria viene del verbo “atar”. En otras palabras, que uno está atado o ligado a tal o cual función. El verbo “atar” se podía usar literalmente o figurativamente, pero tal cual fuera el caso, significaba un compromiso o una situación ineludible. [8]

Cuando Pedro le dice a Jesús que él es “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús pasa a aclararle el significado de esa declaración. Jesús le decía a Pedro, Tu declaración que yo soy el Mesías prometido significa que como el Cristo ¡estoy atado a la obra de salvación y libraré esa batalla a favor de todo pecador en la cruz!

La divinidad de Cristo, la cual reconoció Pedro, está ineludiblemente atada a la cruz. Así también su humanidad está ligada a llevar los pecados de todo pecador en la cruz. La cristología está inquebrantablemente atada a su sacrificio en la cruz ¡para rescatar a la humanidad del pecado y sus eternas consecuencias! ¡En la cruz, la cristología, la soteriología, y la eclesiología se encuentran en un ósculo santo que define la salvación de la humanidad!

Desde ese entonces Jesús anunció su muerte – a partir de ser declarado el divino Mesías Ungido – tres veces. A la tercera, aclaró aun más su misión de Mesías, “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). De hecho, cuando Jesús aclaró su misión de ir a la cruz como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, les advirtió que “a nadie dijeran que Él era el Cristo” (Mateo 16:20). ¿Por qué esta advertencia? Porque pudieran haber ofrecido obstáculo en su camino hacia el Calvario y la cruz. “Era necesario” que él como el Cristo de Dios, derramara su sangre en rescate de todo pecador.

Jesús dio toda su vida, su vida y su muerte en rescate. La totalidad de su vida. Vida por vida, muerte por muerte. Algunos piensan que solo la muerte de Cristo es sustitutiva. Toda la Persona de Cristo, en su vida y en su muerte se da en rescate. Se pide su vida y se pide su muerte. Todo el ser de Cristo, incluyendo su divinidad toma el lugar de todo pecador. La vida del perfecto amor de Cristo Jesús por la vida de concupiscencia de todo pecador; su muerte habiendo sido hecho pecado sustituyendo la merecida muerte de todo pecador. Así como la naturaleza dual de Cristo es indivisible, así también su sustitución a favor del pecador es indivisible. La Persona de Cristo es una unidad en su naturaleza, así también como en su función como nuestro Redentor y Suplente. No podemos dividir su naturaleza humana de su divina. Tampoco podemos dividir su sustitución a favor del pecador solamente en la muerte. Su sustitución es también en su vida de obediencia a nuestro favor. Cristo en la totalidad de su vida de perfecto amor y su muerte de amor por los pecadores, es nuestro Sustituto y Redentor.

Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, es el Hombre fuerte que entra a la casa del valiente, y le saquea su poderío, su poderío de la muerte, para “librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15).

Debido a que Jesucristo en la cruz despojó al diablo de su poderío sobre el pecado y la muerte, que las puertas del Hades, las puertas de la muerte eterna, no pueden prevalecer contra la iglesia. Para los que creen en Jesucristo, el Jesús Mesías Ungido, Hijo del Dios viviente, la muerte como castigo del pecado no puede prevalecer contra ellos. Y ellos son su iglesia. Los redimidos por su sangre son su iglesia. Su iglesia son los que “han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:14).

Las llaves que Cristo pone en mano de Pedro son las llaves del conocimiento de lo que significa la Persona de Cristo, lo que Jesús hará como el Cristo del Dios viviente para dar salvación a Israel y a los gentiles. Pero Pedro tendrá que aprender ese conocimiento con su propio sufrimiento, chasco y desengaño al conocerse a sí mismo como una muy pequeña piedra en contraste con la Roca que es Cristo, el Hijo del Dios viviente, el que iría a la cruz en su lugar.[9] Pero Pedro no pudo recibir estas llaves sino hasta después de la resurrección de Jesús, el día de Pentecostés.

De igual manera, la cristología Cristus Deo Crucis explica lo que significa atar en la tierra y en el cielo y desatar en la tierra y en el cielo. Puesto que Cristo como Mesías en su Persona estaba atado a ir a la cruz para dar su vida en rescate por muchos, la predicación de la cruz es aquello mismo que ata en la tierra y en el cielo. Al mismo tiempo que los que creen en el Cristo crucificado son atados con Cristo para vida eterna, de la misma manera son desatados o desligados del poder de la muerte eterna sobre ellos. “Todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Todo aquel que quede atado a Cristo mediante la fe en su sangre derramada en la cruz, quedará ligado a Cristo eternamente en los cielos. Todo aquel que mediante la predicación del evangelio quede desatado de la condenación del pecado, su condenación en los cielos también quedará desligada. “Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en el Ungido, Jesús” (Romanos 8:1).

De tal modo que la cristología dual de Jesucristo tiene una dinámica enteramente Deo Crucis, pues “sin derramamiento de sangre, no hay remisión” de pecados (Hebreos 9:22).

De ser de otra manera, la cristología de la naturaleza dual de Jesús se presta para mucha confusión, la misma confusión que existe en la iglesia cristiana hoy.

Las iglesias que entienden la naturaleza de Jesús solamente en su naturaleza dual de pleno hombre y pleno Dios sin entender la naturaleza Deo Crucis de Cristo, enseñan un plan de salvación fundamentado en un misticismo en el cual el ser humano se salva mediante la comunión con ese ser divino. Esta predicación y enseñanza tiene un son maravilloso, es alucinante, atractivo, es como el cantar de las sirenas. En esta cristología la salvación se obtiene mediante la amistad con Cristo, mediante el alcance de una inquebrantable comunión con Dios, en la que el creyente se compenetra en la misma naturaleza divina, y la naturaleza humana del pecador queda prendida con la naturaleza divina, y por lo tanto Dios puede confiar que el pecador puede ser salvo porque ha alcanzado tan alto grado de compenetración con la divinidad de Cristo. A final de cuentas quien da la garantía es el pecador con su misticismo en la cual su voluntad se fusiona y se pierde en la divina. Pero en esta cristología no hay sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no hay derramamiento de sangre para remisión de pecados. Dios no se presenta en Cristo, el Hijo de Dios, para dar su vida en rescate por el pecador. En esta cristología, las “mejores promesas” no son las del Cristo crucificado cumpliendo el pacto a favor del pecador. En esta cristología las “mejores promesas” son las del devoto consagrado a perderse en la inmensurable Persona del Cristo humano-divino. Esta es una cristología muy atractiva, muy hipnotizante, y muy errada. Toda cristología sin la sangre de Cristo es la de un falso Cristo, dada por falsos profetas. De hecho es la marca 666 del anti-cristo, pues en todo pareciera presentar un Cristo verdadero. Pero “Una cosa le falta”: la “sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo” (1 Pedro 1:19). El apóstol Juan, enseñó que el amor de Dios consiste no en que nosotros amamos a Dios sino que Dios nos amó enviando su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Fue en ese contexto de la propiciación por medio de la sangre de Cristo, en que el mismo apóstol también advirtió:

Amados, no crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus para ver si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto ustedes conocen el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, y éste es el espíritu del anticristo, del cual ustedes han oído que viene, y que ahora ya está en el mundo (1 Juan 4:1-3).

Es por eso que la cristología tiene que ser radical y categóricamente Deo crucis, la cristología del Dios crucificado, para ¡la salvación plena y eficaz del pecador!

Es sobre este Cristo donde Dios establece, construye, y hace crecer su iglesia. Esta cristología es la gran piedra en donde Cristo fundamenta su iglesia. ¡Todo lo demás son Pedros! Y para muchos esta piedra fundamental es también la piedra de tropiezo, porque la sangre de Cristo es ofensa para el judaizante y locura para los gentiles.

La reacción de los muchos Pedros de la iglesia cristiana a la cristología Deo crucis, es igual a la de Pedro cuando Cristo aclaró su misión de ser el Cristo crucificado.

Y tomándole aparte, Pedro comenzó a reprenderle, diciendo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá (Mateo 16:22).

“¡No lo permita Dios, Señor! Dénos cualquier cristología, menos la cristología de la cruz!” “Dénos a Juan el Bautista, a Elías, a Jeremías, a Moisés, hasta la cristología de la doble naturaleza de Cristo, pero ¡no nos ofenda con la idea que se tuvo que derramar sangre divina para el perdón de nuestros pecados!” “No lo permita Dios, Señor, que nos estés enseñando un modelo tan primitivo de la expiación como el derramamiento de sangre en una cruz”. “Tal enseñanza está bien para la mente primitiva, pero para el hombre moderno y post-moderno es una ¡ofensa a su sofisticación, educación, e inteligencia!” “¡No lo permita Dios, Señor! Dénos el mensaje histórico de nuestros padres, dénos creencias particulares que hagan resaltar nuestros distintivos especiales, pero no nos des la cristología de la cruz!” “¡Dénos profecías, lenguas, dones espirituales, pero no insistas en el mensaje de la cruz!”

Pero para todos los que tropiezan con la cristología de la cruz, Cristo tiene una advertencia e invitación:

Pero volviéndose El, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (Mateo 16:23).

La palabra de Cristo para todas las demás cristologías es que se retiren y dejen de estorbar la obra de Cristo el Mesías de Dios derramando su sangre para el perdón de todo pecador. La obra de Satanás es precisamente oponerse a la cruz, puesto que allí se quebrantó su dominio de pecado. En la cruz, al derramar su sangre el Cristo de Dios destituyó los poderes de Satanás “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es á saber, al diablo” (Hebreos 2:14). La vitalidad eterna de la sangre de Cristo estaba escrita en la misma ley de Moisés anunciando su sacrificio, “Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo os la he dado sobre el altar para hacer expiación por vuestras almas; porque es la sangre, por razón de la vida, la que hace expiación" (Levítico 17:11).

Esta es la cristología SOLO CRISTUS DEO CRUCIS.

Todas las otras cristologías es pensar de acuerdo a los hombres.

La cristología Deo crucis es pensar “en las cosas de Dios”, en que su Cristo, su Hijo en quien él tiene complacencia, es el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo.

¿Cuál es el verdadero Cristo de la iglesia cristiana? Solo Cristus Deo Crucis. La verdadera iglesia cristiana no se define a partir de sus características, sino de su Cristo. Si su Cristo es el verdadero Cristo, será la iglesia verdadera. Si su Cristo es un pseudo-Cristo, será una pseudo-iglesia. A final de cuentas, la pregunta ¿cuál es la verdadera iglesia?, tiene una respuesta categóricamente cristológica.

Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán señales y prodigios a fin de extraviar, de ser posible, a los escogidos” (Marcos13:22).

Solo Cristus Deo Crucis. Sobre esta Roca Cristo estableció su iglesia. “Id por todo el mundo; predicad el evangelio á toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16). “Si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).

Y él les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, y en los profetas, y en los salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras; Y díjoles: Así está escrito, y así fué necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas (Lucas 24:44-48).

¡Alabado y glorificado sea para siempre el bendito nombre del Señor Jesús, el Cordero de Dios inmolado por nosotros desde la fundación del mundo, amén!

Haroldo Camacho, pastor del evangelio de Jesucristo

Palm Springs, CA 92264

24 de Agosto de 2007

haroldocam@gmail.com

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[1] El clamor de Cristo en la cruz al dar su vida en expiación por nuestros pecados fue: “Consumado es” (Juan 19:30).

[2] Véase Mateo 11:16-19 en donde Jesús mas bien apuntó a las radicales diferencias de su mensaje al mensaje de Juan. “Mas ¿á quién compararé esta generación? Es semejante á los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces á sus compañeros, Y dicen: Os tañimos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Mas la sabiduría es justificada por sus hijos” (Mateo 11:16-19).

[3] A pesar que Juan anunciaba al Cristo por venir, tampoco dice la Escritura de Juan que éste era la luz menor que conducía a la luz mayor. Pero de Jesús, el Verbo de Dios, la Escritura dice, “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” No puede haber luz divina a menos que esa misma luz tenga vida en sí. Por eso solo hay y solo puede haber una sola luz, aquel quien tiene vida en sí mismo, Jesús el Cristo, el Hijo del hombre, Hijo del Dios viviente. La Escritura desconoce cualquier luz menor.

[4] Al conjunto de los cinco rollos o libros de Moisés se le llamaba “Torah”, o ley, en hebreo. El Torah, por supuesto que incluía los Diez Mandamientos.

[5] La pregunta tiene como referente a su propia persona, de tal modo que no hay duda que en el versículo anterior, él se atribuía como Mesías el título “Hijo del Hombre”.

[6] Mateo 22:41-46.

[7] Hechos 2:21-28; Hechos 3:13-26; Hechos 4:10-12; Hechos 10:34-43; 1 Pedro 2:4-9; 1 Pedro 3:18.

[8] Mateo 14:3, Mateo 16:19, Mateo 18:18, Mateo 27:2, Marcos 5:4, Marcos 6:17, Marcos 15:1, Marcos 15:7, Lucas 13:16, Juan 11:44, Juan 18:12, Juan 18:24, Hechos 9:2, Hechos 9:21, Hechos 12:6, Hechos 20:22, Hechos 21:11, Hechos 21:13, Hechos 21:33, Hechos 22:5, Hechos 22:29, Hechos 24:27, Romanos 7:2, 1 Corintios 7:27, 1 Corintios 7:39, 2 Timoteo 2:9, Apocalipsis 9:14, Apocalipsis 20:2, Mateo 13:29-30 (2), Mateo 16:19, Mateo 18:18, Mateo 22:13, Marcos 3:27, Marcos 5:3, Hechos 9:14, Hechos 21:11, Marcos 11:2,4; Colosenses 4:3, Hechos 10:11, Juan 19:40.

[9] Jesús enseña que la llave del conocimiento es la de interpretar el Antiguo Testamento a la luz de su obra como el Cristo de Dios. “"¡Ay de ustedes, intérpretes de la ley! Porque han quitado la llave del conocimiento. Ustedes mismos no entraron, y a los que estaban entrando se lo impidieron." Con las palabras que Cristo dirige a Pedro, “A ti te daré las llaves del reino de los cielos”, Jesús le encomienda a Pedro la misión de interpretar las profecías del Antiguo Testamento a la luz de la vida, muerte, y resurrección de Cristo. Pedro tomó estas llaves en sus manos el día del Pentecostés cuando osadamente predicó a Cristo interpretando el Antiguo Testamento a la luz de la pasión de Cristo.